"Es un museo", dice Duccio Corsini de la casa de su infancia, en el centro de Florencia, donde aún viven sus padres: mil metros cuadrados de planta noble, un jardín de dos hectáreas y, lo más importante, miles de piezas de arte. Un tesoro reunido en novecientos años de negocios, poder y mecenazgo de la familia florentina, que le ha dado a Italia incluso un Papa (Clemente XII) y muchas páginas de historia. Actualmente, Duccio Corsini, de cuarenta y seis años, está considerado el coleccionista privado más importante de Italia. Es su padre, Filippo, quien tiene los derechos de propiedad, pero es él el que gestiona el patrimonio. Su familia está detrás de la Galería Corsini de Roma, con lienzos de Caravaggio, Rubens, Beato Angelico y cientos de obra fruto de una antigua donación al Estado; y de la Galería de Palazzo Corsini, todavía propiedad de la familia, con ciento cuarenta y siete, entre las que se encuentran obras requeridas en préstamo por las exposiciones más importantes de todo el planeta.
XL Semanal. Usted convive con miles de piezas que figuran en los libros de historia, ¿cómo se lleva ser el coleccionista privado más importante de Italia?
Duccio Corsini. El coleccionista compra, mientras que el mecenas escoge el artista y el tema, lo reflexiona, lo sigue. La historia de los Corsini se guía más por el mecenazgo que por el coleccinonismo. En el primer caso el deseo se ve colmado por el hecho de adquirir, de poseer; en el segundo, con ver realizada una idea.
XL. Su palacio está cerrado al público, ¿no tiene cierto sentimiento de culpa por no compartir la belleza que encierran estas paredes?
D.C. Ninguno. Además, todo este que parece un gran privilegio comporta grandes obligaciones y sacrificios: no puedes desentenderte de un patrimonio artístico como éste y en épocas de recursos escasos, la tarea no es tan sencilla.
(...)
XL. ¿Qué le conquista de una obra?
D.C. Su parte estética. No me condiciona su valor, el dinero. Todo ello es mérito y culpa de la educación que he recibido.
X.L. ¿Y cuál ha sido?
D.C. Hasta la muerte de mi abuelo Tommasso, en 1980, la colección privada Corsini no estaba dividida. ¿Cuánto valía aquel Barberini? ¿Cuánto el Benvenuti? Ninguno lo sabía; la medida no era el dinero, sino la belleza. Éste es el corazón de la educación que he recibido. Sólo por temas de herencia tuvimos que hacer inventario y dar una estimación relativa a las piezas. Pero, antes de eso, mi único criterio era: "¿Me gusta?".
X.L. El arte contemporáneo no le conquista, ¿es así?
D.C. No me convence la idea de necesitar que alguien me explique una obra. Sin embargo, si el tema es incomprensible, pero los colores, las geometrías, incluso la nada que hay dentro me gustan, entonces no me interesa saber el significado.
(...)
X.L. Exposiciones abarrotadas por todas partes: ahora, el arte parece estar al alcance de todos. ¿Pasión colectiva o moda?
D.C. Las exposiciones-evento se organizan pensando en los grandes números. La calidad es secundaria. Sin embargo, una exposición debería ser una especie de introducción a un artista, que luego debería estudiarse, posteriormente. No se puede resolver en un día, por ejemplo, conocer Florencia o Venecia, como tampoco es posible que existan museos cerrados o con horarios comprimidos. Del mismo modo, también es absurdo pretender no pagar por visitar una galería o un museo.
X.L. Suena un poco elitista, ¿cómo hace una familia de cuatro personas para crecer culturalmente?
D.C. Creo que debería pagar. Sólo se aprecia lo que se paga. Se disfruta al máximo: lo tienes que pagar. No se pide un descuento por un bolso de Gucci.
Stefania Barbenni, "Duccio Corsini. La Gioconda es un retrato como tantos otros", XL Semanal, n. 1188, 1-7 ago. 2010.
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