viernes, 28 de agosto de 2009

Filatelia y Ellery Queen


"En la puerta del 1026, en el décimo piso, había un letrero; decía:

ULM
COMERCIANTE DE SELLOS VIEJOS Y RAROS

Ellery y el sargento Velie entraron y se encontraron en un amplio despacho. Las paredes estaban cubiertas con vitrinas que contenían infinidad de sellos. Algunas vitrinas, sobre mesas, contenían los ejemplares más valiosos. El cuarto estaba desordenado; tenía un olor a viejo, asombrosamente parecido al de la librería de Uneker.

(...)

Los hermanos le mostraron una mesa que estaba en el centro del cuarto. Sobre la mesa había una vitrina con una tapa de vidrio, encuadrado en madera. Contenía numerosos sellos alineados sobre un género negro, de raso. En el centro había una caja de cuero, abierta y vacía; de donde habían sacado el sello. En la tapa de la vitrina había cuatro marcas de golpes. La cerradura estaba rota.
- Trabajo de aficionado -dijo el sargento Velie desdeñosamente. Bastan las manos para forzar esa cerradura.
Los agudos ojos de Ellery miraban fijamente la caja de cuero.
- Señor Ulm -dijo volviéndose. El sello que usted llama "el negro de un penique" ¿estaba en esa cajita de cuero?
- Sí, Mr. Queen, pero la caja estaba cerrada cuando el ladrón forzó la vitrina.
- Entonces, ¿cómo sabía tan precisamente lo que debía robar?
Friedrich Ulm se acarició la mejilla.
- Los sellos que había en esta vitrina -explicó- no estaban en venta. Eran los mejores de nuestra colección. Cada una de ellos vale miles de dólares. Pero, naturalmente, cuando los tres hombres estaban aquí, hablamos de esos ejemplares, y yo abrí la vitrina para mostrárselos. El ladrón vio el negro de un penique. Era coleccionista, señor Queen; si no, no habría elegido ese sello. Tiene una extraña historia.
- ¡Dios mío! -dijo Ellery-, ¿estas cosas tienen historia?
Heffley, el hombre de la compañía de seguros, se rió.
- Y qué historias -exclamó. Los señores Friedrich y Albert Ulm son famosos por poseer dos valiosísimos ejemplares del mismo sello, el negro de un penique, como lo llaman los coleccionistas, es un sello británico emitido en 1840; hay muchos en el mercado, y aun los que no están franqueados, no valen menos de diecisiete dólares y medio, en dinero americano; pero los dos que poseen estos señores valen treinta mil dólares cada uno. Como usted ve, el robo es importante. Mi compañía está envuelta en el asunto, porque los sellos están asegurados en su valor.
- Treinta mil dólares -dijo Ellery-. Es bastante dinero para un pedacito de papel sucio. ¿Por qué valen tanto?
Albert Ulm, nerviosamente, se bajó sobre los ojos la visera verde.
- Porque esas dos tenían las iniciales de la Reina Victoria, de su puño y letra. Sir Rowland Hill, el hombre que inventó y fundó en Inglaterra, en 1839, el sistema standard de sellos postales, hizo emitir el negro de un penique. Su Majestad estaba tan satisfecha (Inglaterra, como otros países, se había preocupado mucho para conseguir un sistema postal que fuera conveniente) que autografió los dos primeros sellos que salieron de la imprenta y se las dio al dibujante (no recuerdo su nombre). Ese autógrafo les dio un inmenso valor. Mi hermano y yo tuvimos mucha suerte de que cayeran en nuestras manos.

(...)

- La filatelia -dijo Ellery al sargento Vellie, cuya honesta cara pareció entristecer al sonido de la palabra- es una afición curiosa. Aflige a sus víctimas como una verdadera manía. No dudo que estos coleccionistas llegarían a matarse por uno de esos ejemplares.

(...)

Encontraron a Avery Beninson en una vieja casa de piedra rojiza, cerca del Hudson; era un huésped suave y cortés.
- No, nunca vi esa invitación - dijo Beninson-. Vea, yo contraté a esos hombres que decía llamarse William Plank, para que se ocupara de mi colección y de la vasta correspondencia que tenemos todos los coleccionistas de alguna importancia. El hombre entendía de sellos. Durante dos semanas, su ayuda fue inestimable para mí. Ha de haber interceptado la invitación de los Ulm. Comprendió que tenía una oportunidad para ir a sus oficinas; fue allí, dijo que se llamaba Avery Beninson, y...
El coleccionista se encogió de hombros.
- Imagino que no era difícil para un hombres sin escrúpulos -afirmó.
- Naturalmente, ¿usted no tuvo más noticias de él desde la mañana del robo?
- Claro que no. Recogió el botín y se fue.
- ¿Y en qué lo ocupó usted, Mr. Beninson?
- En la rutina ordinaria del ayudante de un coleccionista: clasificar, catalogar, pegar los sellos en los álbumes y contestar las cartas. Vivió aquí las dos semanas que estuvo a mi servicio. -Beninson sonrió tristemente-. Soy soltero y vivo completamente solo en este caserón. Estaba feliz de su compañía, aunque era un hombre raro.
- ¿Raro?
- Siempre estaba yéndose -dijo Beninson-. No trajo casi equipaje; y ese poco desapareció hace dos días. Parecía que no le gustaba la gente. Cuando venían amigos o coleccionistas, se retiraba a su cuarto."

Ellery Queen, "Filatelia", Las aventuras de Ellery Queen (1934)

martes, 4 de agosto de 2009

El kitsch del souvenir


"Al margen de dónde hayan sido fabricados, los souvenirs prueban nuestros viajes, materializan nuestras experiencias y, finalmente, acaban por hacinarse en nuestros hogares (...) La costumbre de este objeto se remonta en el tiempo. Hasta los pueblos nómadas de la antigüedad trasladaban recuerdos tangibles de los lugares en los que acampaban temporalmente. El souvenir se remonta a los viajes religiosos que se hacían por motivos de fe, tras una promesa o como penitencia personal."

Anatxu Zabalbeascoa, "Recuerdos de Benidorm desde las salas de un museo", El País, 4 de agosto de 2009.

Exposiciones:
Souvenir, souvenir: la colección de (los) turistas. Fundación César Manrique de Lanzarote y Museo de Historia y de Antropología de Tenerife.
Efecto souvenir: fetiches de viaje más allá de los tópicos. Design Hub, Barcelona

El señor Wunderk agradece a su amiga Arianna este enlace.

Qué se mira en los museos


"At Louvre, Many Stop to Snap but Few Stay to Focus


Michael Kimmelman, New York Times, 3 agosto 2009.

El señor Wunderk agradece a su amiga Marina este enlace.

sábado, 1 de agosto de 2009

Un americano en el Louvre

Giuseppe Castiglionne
Salon Carré, 1865


“Un radiante día de mayo, en el año 1868, un caballero se hallaba cómodamente recostado en el gran diván circular que por aquellos tiempos ocupaba la parte central del Salón Carré, en el Museo del Louvre. Esta conveniente otomana ya no está allí, para inmerso desconsuelo de todos los amantes de las bellas artes que tienen las rodillas débiles; pero el caballero en cuestión había tomado serena posesión de su punto más mullido y, con la cabeza inclinada hacia atrás y las piernas estiradas, contemplaba la bella Madonna de la luna, de Murillo, en profundo disfrute de su postura. Se había quitado el sombrero, y a su lado había dejado una pequeña guía roja y unos gemelos (…).

Había ido en busca de todos los cuadros que venían acompañados de un asterisco en las formidables páginas, de refinada impresión, de su Bädeker; había hecho un sobreesfuerzo de atención y los ojos se le habían ofuscado, y había tomado asiento con una jaqueca estética. Además, no sólo había mirado los cuadros, sino también todas las copias que se desarrollaban en torno a ellos a manos de las innumerables jóvenes de intachable compostura que se dedican, en Francia a la difusión de las obras maestras; y, a decir verdad, con frecuencia había admirado la copia mucho más que el original. Su fisonomía habría bastado para indicar que era un tipo sagaz y competente, y lo cierto era que con frecuencia se había quedado toda la noche frente a un enojoso fardo de cuentas, oyendo el canto del gallo sin un solo bostezo. Pero Rafael, Ticiano y Rubens constituían una nueva especie de aritmética, y a nuestro amigo le infundían, por primera vez en su vida, una vaga falta de confianza en sí mismo.”

Henry James, El americano, 1876-77