Se olvida que la cámara de las maravillas tenía más que ver con las casas, los archivos, los trofeos y las galerías de imagines, máscaras de ancestros, la antigua domus de los patricios romanos que con nuestras modernas galerías de pinturas y esculturas. Se olvida también que las cámaras de las maravillas ofrecen a los ojos del príncipe el panorama de clases y imágenes con las que se forman las genealogías, sucesiones dinásticas o cartas geográficas - todo el teatro del "origen" de algo y del todo: "base", genealogía, origen de las palabras, "invención de las cosas" y de las "artes". Y que pueden resumir esta ambición bajo la forma de libros, de maletines o gabinetes portátiles, como tantos viáticos para el viajero.
Se encuentra así en Ambras una singular boîte-en-valise de saber duchampiano: una cajita de veintiocho centímetros de lado, de espesor seis centímetros y medio, recapitulando, bajo los auspicios de retratos de medallas de Maximiliano I y de Fernando I, el equipo heráldico de Fernando del Tirol, una reproducción de su collar del toisón de oro, un trofeo miniado de Harz (de donde el príncipe sacaba parte importante de sus ingresos), sus blasones, etc., todo en papel maché, vidrio, perlas y rubíes (...).
Sigue siendo cierto que, en su singularidad obstinada, las maravillas no se prestan ni a la "observación" ni a la "experimentación", esos dos protocolos fundadores de la ciencia moderna. Y que no parecen, tras la aparición de Galileo, prometer más al hombre moderno ningún aprendizaje legítimo.
Las características, por el contrario, del tesoro de las maravillas, asumen lo arbitrario. En una incesante inversión de valores, arbitra tanto los monstruos como los animales ejemplares, las reliquias como los juguetes, lo próximo como lo lejano, lo insólito como lo familiar, lo más precioso (los sacra dinásticos) y los desechos, concreciones o beozares, la naturaleza como el artificio, el meteorito como las piezas de marfil tallado, el objeto encontrado antes que el resultado técnico, el instrumento con la materia, lo repulsivo, la caja bulliciosa de babosas [mecánica] de Ambras con lo burlesco, en fin, con el anuncio de la muerte: los innumerables memento mori bajo los auspicios de la miniatura y el ingenio, poblan la Wunderkammer."
Patricia Falguières, Les chambres des merveilles (2003)
Se encuentra así en Ambras una singular boîte-en-valise de saber duchampiano: una cajita de veintiocho centímetros de lado, de espesor seis centímetros y medio, recapitulando, bajo los auspicios de retratos de medallas de Maximiliano I y de Fernando I, el equipo heráldico de Fernando del Tirol, una reproducción de su collar del toisón de oro, un trofeo miniado de Harz (de donde el príncipe sacaba parte importante de sus ingresos), sus blasones, etc., todo en papel maché, vidrio, perlas y rubíes (...).
Sigue siendo cierto que, en su singularidad obstinada, las maravillas no se prestan ni a la "observación" ni a la "experimentación", esos dos protocolos fundadores de la ciencia moderna. Y que no parecen, tras la aparición de Galileo, prometer más al hombre moderno ningún aprendizaje legítimo.
Las características, por el contrario, del tesoro de las maravillas, asumen lo arbitrario. En una incesante inversión de valores, arbitra tanto los monstruos como los animales ejemplares, las reliquias como los juguetes, lo próximo como lo lejano, lo insólito como lo familiar, lo más precioso (los sacra dinásticos) y los desechos, concreciones o beozares, la naturaleza como el artificio, el meteorito como las piezas de marfil tallado, el objeto encontrado antes que el resultado técnico, el instrumento con la materia, lo repulsivo, la caja bulliciosa de babosas [mecánica] de Ambras con lo burlesco, en fin, con el anuncio de la muerte: los innumerables memento mori bajo los auspicios de la miniatura y el ingenio, poblan la Wunderkammer."
Patricia Falguières, Les chambres des merveilles (2003)